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Arriba
La cocina
Le pareció enorme, desproporcionada con el resto de la casa. Tal como se lo
habían advertido los dos ancianos caballeros, la mesada de mármol ocupaba el
centro de aquella cocina. El horno permitía alojar un cerdo entero. De una
hilera de ganchos colgaban ollas, coladores, sartenes, pinches, cucharones. Y
cuchillos. Cuchillos de tronchar, de destasar; medialunas forjadas, amplias como
cimitarras; hachuelas capaces de partir un espinazo de cordero. Todo relucía,
lanzándole reflejos metálicos.
Jazmín se imaginó trajinando allí, y asintió.
La heladera rebosaba de verduras frescas, frutas y aderezos. Dentro del
freezer, grande como un sarcófago, piezas de carne envueltas en plástico blanco.
Al abrir las alacenas, cientos de frascos con especias, que la embriagaron de
sus aromas. El mueble de la vajilla le mostró platos de porcelana inglesa, copas
de cristal. Encontró manteles de hilo, bordados a mano. En un armario descubrió
los vinos: blancos, tintos, espumantes. Los vejetes sabían vivir. Giró con los
brazos estirados, como si danzara.
—¿Qué le parece? —la sorprendió la voz del mayor, a sus espaldas.
—¡Maravillosa! —dijo, y se volvió conteniendo un sobresalto.
Los dos sonreían y la contemplaban desde la única entrada. Se habían colocado
mandiles de cuero sobre unos mamelucos manchados. Las botas de goma, las
antiparras plásticas y los guantes color naranja los volvían irreales, sinestros.
En sus manos relumbraban
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filtro. Helena entró en la cocina con el cabello húmedo por el baño
reciente, dispuesta a disfrutar de un merecido tiempo en soledad antes de
que el día agonizara. La cafetera rezongaba mientras los últimos vapores
de agua pasaban por su interior y las postreras gotas de la infusión se
demoraban en caer. Vertió una generosa cantidad de bebida en su taza y la
endulzó a su gusto. El vapor impregnó su nariz. Los gratos recuerdos
asociados al inconfundible aroma acudieron a su memoria, recuerdos de
desayunos infantiles con café con leche y pan con manteca.
Tomó el libro con el que preparaba sus lecciones de inglés, acomodando
todo sobre la mesa de forma tal de tener las cosas a mano. Buscó el texto
que su profesora le había marcado y comenzó a leer cuidadosamente.
“Sometimes, when the sunset comes and all turns red coloured,
staring at the magic figures drawn by the clouds, your mind flies with them.
In the twilight, you can see the sun, vanishing beyond the horizon, far,
unreachable, shining in a crimson flame, trembling through the white veil of
your dreams.
They are unreachable too, drifting away more and more, like dead leaves
moved by the will of the wind without destiny, hopeless.
Finally, the faint sunlight dies, the darkness gains all places around, and
your dreams still breathing, still feeling, turning down among the shadows,
waiting for tomorrow...”
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