Cuentos de la página www [100.00%]
Sin armas, sin rehenes, sin vigilancia.
El Moncho le dijo donde guardaban la guita. Era el golpe que quería dar
él, pero lo agarraron antes. Por una boludez como decía cada vez que lo
recordaba, “una boludez pibe” le recalcaba.
¡Qué curioso! A él también lo habían agarrado por una boludez. Pareciera
que si no fuera por boludeces las cárceles estarían vacías. Y de qué
vivirían los guardiacárceles se preguntó filosofando. De qué viviría
Gutiérrez, se dijo con una sonrisa.
Gutiérrez... qué tipo! Prendido en todas y siempre saliendo a flote. Los
barrotes eran una barrera de ficción. Sabiendo el pedigree de Gutiérrez,
debería estar tranquilamente del otro lado de las rejas y miralo vos,
ascendiendo en el servicio penitenciario.
A muchos presos los había ayudado, incluso a él mismo; si no hu-biera
sido por algunas ayuditas con el director, buenos informes, etc. todavía
estaría adentro. Quién los entiende. Un día los muelen a palos, otro día los
afanan, otro los enfrían y un día les abren la puerta para que se vayan.
Pero ahora estaba afuera. Sin un mango, pero afuera. Y lo iba a hacer. No
tenía alternativa. Pero nada de boludeces.
Sabía el recorrido de memoria: La entrada por el fondo, previa dormida
del perro con el menú de bife al cloroformo, y luego adentro. Tantas veces
se lo había repetido el Moncho que era imposible equivocarse. “Mirá vos” se
decía “El golpe
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